Cómo la cultura, el coraje y la comunidad forjan nuestro poder cívico
Por Beatriz Palmer

Cuando pensamos en la participación cívica, tendemos a imaginar sistemas formales: carteles de campaña pegados por toda la ciudad, alineando las calles desde College hasta Oceanside Blvd., de El Camino Real a Mission, y de Rancho del Oro a Vista Way, prometiendo el mundo en bandeja de plata. “¡Vota por Panchito, él hará realidad tus sueños más locos!”. Imaginamos cámaras del ayuntamiento abarrotadas, salas de juntas de la Asociación de Padres y Maestros (PTA) resonando con demandas de currículo y prácticas inclusivas, voluntarios apostados en las urnas y organizadores recolectando firmas. Las redes sociales se inundan de llamadas a la acción: escribe a tu legislador, oponte al último proyecto de ley que amenaza con recortar la asistencia alimentaria, la vivienda y la atención médica para nuestras comunidades de bajos ingresos, adultos mayores, veteranos, jóvenes y personas transgénero.
Puede parecer un gran tianguis, una zona de guerra política bulliciosa y ruidosa donde la gente grita: “¡Que no le digan, que no le cuenten!”, vendiendo promesas a remate. Pero para muchas familias trabajadoras—aquellas que tienen múltiples trabajos, navegan por sistemas fallidos, carecen de recursos en su lengua materna o simplemente sobreviven a estructuras que no fueron diseñadas para ellas—la participación cívica puede sentirse abstracta, incluso extraña.
El compromiso cívico no se limita a lo que ocurre dentro de los edificios gubernamentales; reside en los actos cotidianos de resistencia, cuidado y cultura que moldean nuestras comunidades. Es parte de nuestras raíces. Vive en las formas en que nos mostramos con fuerza para nuestros vecinos, nuestros mayores, nuestros jóvenes, nuestra historia y en cómo reivindicamos a nuestros antepasados.

Es la madre de Simón, quien limpiaba casas y trabajaba en fábricas con una fuerza silenciosa, modelando la dignidad y la resiliencia que formaron a un hijo comprometido con la justicia. Es Kiana, una emprendedora visionaria que preparó mucho más que café cuando fundó Cultura, creando un espacio para que el arte, la defensa y el poder femenino florezcan. Es nuestra reina del barrio, Chema, una organizadora cultural que asiste a las reuniones comunitarias, ya sea en una celebración o en una reunión del ayuntamiento. Refleja el alma de nuestros barrios, creando espacios para que otros se vean reflejados en la vida cívica. Como una verdadera constructora de puentes, lidera a través de murales, danza y narración, recordándonos que el liderazgo no se trata de títulos, sino de presentarse con humildad, corazón, conciencia y un compromiso inquebrantable con la comunidad.
El compromiso cívico no se trata solo de políticas; se trata de presencia. Se trata de honrar a nuestros mayores, proteger a nuestros jóvenes, defender la dignidad y asegurar que nadie se sienta invisible. Para muchos de nosotros —chicanos, indígenas, negros, afrolatinos, trans, inmigrantes, de primera generación—el compromiso cívico no es nuevo. Siempre hemos defendido a nuestras comunidades. A veces se trataba de organizarnos; otras veces, se trataba de sobrevivir o de plantar cara sin complejos.
En mi propia familia, el compromiso cívico se manifestaba en la mesa de la cocina. Mi madre no podía votar, pero se aseguraba de que le leyéramos todos los folletos escolares y estaba decidida a encontrar los recursos para ayudarnos y a otros a cubrir necesidades básicas, como mantener la luz encendida o evitar que nos cortaran el agua. Mi madre se negó a ser una barrera y compartía recursos libremente, informando a otros sobre el WIC, las distribuciones de alimentos, las clínicas y cómo solicitar ayuda migratoria. Nuestro hogar era a menudo un refugio para nuestra gente. En nuestra casita se sentían seguros, y compartíamos una comida caliente y una manta abrigada con cualquiera que lo necesitara, ya fuera una familia recién llegada o un vecino que buscaba ayuda. El deber cívico no era abstracto; era algo que vivíamos.
Ese sentido del deber se remonta a generaciones. Mi abuela nació en Holtville, California, pero su familia estuvo entre las miles afectadas por las deportaciones masivas de la década de 1930. Bajo la Gran Repatriación y la posterior Operación Espalda Mojada, comunidades enteras de familias mexicoamericanas, muchas con hijos nacidos en Estados Unidos, fueron presionadas o deportadas a la fuerza a México. Fue un capítulo oscuro que apenas se enseña en nuestros libros de texto. Mis abuelos regresaron a Púrpero, Michoacán, con solo resiliencia y el molcajete centenario que ahora vive en mi cocina, y que aún cuenta las historias de nuestra supervivencia. Cuando era niña, ese mismo molcajete sirvió a muchas familias que necesitaban un taco caliente.
El compromiso cívico también significa recuperar las historias ocultas. A través de la narración, el arte, los murales, el chisme y la práctica comunitaria, transmitimos verdades que los libros de texto a menudo omiten. Recordamos a los valientes jóvenes negros y latinos que marcharon juntos, a la raza que marchó junto a los Boinas Cafés y las Panteras Negras que crearon programas de desayuno gratuito, y a los murales que siguen contando nuestra historia cuando las palabras se silencian.
Hoy, nuestros chavalitos y jovencitos, junto con nuestros rucos y mayores, retoman esos hilos a través del arte, la danza, la protesta y la acción colectiva. Nos recuerdan que este legado sigue vivo porque estamos aquí y no nos vamos.
Tuve el privilegio de entrevistar a tres influyentes líderes cívicos de nuestra comunidad: Chema Navarro, portador cultural y reina del barrio; Simón Guzmán, organizador indígena y trans; y Kiana Sánchez, joven emprendedora, defensora y artista chicana. Cada uno refleja un entramado intergeneracional de compromiso, creatividad y coraje.
Kiana Sánchez: creando cultura y comunidad

Kiana es la fundadora de Cultura Coffee, un espacio en Oceanside donde la comunidad, la cultura y cafecito se unen. Conecta arte y activismo a través de negocios creativos, atendiendo a vendedores locales, organizando eventos de orgullo cultural y creando espacios para la sanación colectiva y la recolección de útiles escolares para quienes los necesitan. “Siempre me digo a mí misma que si una persona se sintió vista, escuchada o representada a través de algo que he creado, entonces he cumplido con mi deber”, dice Kiana. Su trabajo nos recuerda que la participación cívica puede manifestarse creando espacios para la alegría, la cultura y la construcción de comunidad. Inspirada por sus padres y con una base en el cuidado colectivo, comparte: “Ser cívico se trata de estar presente, no de ser un obstáculo, de contribuir a tu comunidad incluso cuando aún te estás llenando”.
Simón Guzmán: arraigado en la justicia y la interseccionalidad

El activismo de Simón comenzó en la high school y ya abarca más de 17 años. Un hombre oaxaqueño y transgénero orgulloso, Simón defiende a las comunidades inmigrantes, trans e indígenas a través de políticas públicas, narración de historias y organización comunitaria. “Las historias nos ayudan a conectarnos y nos invitan a ser parte de algo más grande”, dice. Simón se solidariza con los más marginados, afectados por la deportación, el racismo ambiental y la negligencia sistémica. Impulsa movimientos como Land Back y la justicia ambiental, a menudo inspirándose en la resiliencia de su madre y sus abuelos. “Tenemos que ser buenos antepasados para hacer de este mundo un lugar más seguro para que los niños morenos ‘salgan del armario’ o se presenten y sean tan queridos”.
Chema Navarro: honrar a nuestros mayores, inspirar a nuestra juventud
Chema ha sido defensora comunitaria, muralista, danzante y organizadora cultural durante toda su vida. Inspirada por la primera alcaldesa latina de Oceanside, Esther Sánchez (una pionera de Eastside Oceanside, abogada y la primera en su familia graduada de la universidad), Chema ha dedicado su vida a garantizar que la cultura no se desvanezca. “Cuando la gente te ve en la comunidad, piensa: ‘Es igualita a mí’. Sin títulos. Solo una persona común que se preocupa”. Ella comparte que los buenos líderes cívicos deben tener humildad. Desde practicar la Danza Azteca hasta organizar murales que recuperan los espacios públicos, Chema ayudó a crear seguridad y orgullo en su vecindario.

Cuando las órdenes judiciales contra las pandillas y la vigilancia impedían que la gente se reuniera en los parques, el arte los trajo de vuelta, y ahora estas personas traen a sus hijos. “El arte trajo unidad. Ahora vemos niños jugando donde antes no podíamos caminar”. Chema creció entre mujeres fuertes—su madre, su abuela y sus hermanas—, quienes le enseñaron a luchar por la justicia y a alzar la voz, incluso con miedo. Aunque no se considera una líder, sus décadas de activismo han forjado una comunidad que camina con orgullo. “Los problemas que enfrentamos —redadas migratorias, gentrificación, tergiversación— los enfrentamos juntos. Y juntos, debemos defendernos”.
Un tapiz de coraje cívico: un llamado a la acción
El compromiso cívico no es solo un deber; es un derecho y una alegría que todos podemos disfrutar. Se encuentra en el espacio con aroma a café donde Kiana genera pláticas y cultura. Vive en el amor intenso de Simón por todas las personas hermosas y su lucha por un mundo sostenible. Irradia a través de los murales de Chema, los círculos de danza y su presencia silenciosa y poderosa en los espacios cívicos.
El deber cívico no requiere un título ni un podio. Se nutre en las familias, se transmite de generación en generación a través de la narración y se vive cada vez que compartimos un recurso, alzamos la voz o nos protegemos mutuamente.
Así que, al considerar cómo participar—ya sea mediante protestas, una coperacha o una campaña de GoFundMe para ayudar a alguien necesitado, o al contar historias, enseñar o criar hijos con amor, orgullo y humildad—, recuerden estar presentes. Y lleven consigo las palabras de Chema: «Ámense los unos a los otros; sean amables y humildes».
Llamada a la acción: Aprovechen su poder cívico
1. Únanse a la Asociación de Padres y Maestros (PTA) o al consejo escolar de su escuela local; su voz es importante para influir en el aprendizaje y la experiencia de nuestros niños.
2. Asistan a las reuniones del consejo municipal o de la comisión, o visiten el sitio web de su ciudad para conocer cómo se toman las decisiones y cómo participar.
3. Contacten a los concejales de su ciudad y programen una reunión.
4. Escriban a sus representantes, ya sea concejal, supervisor del condado, senador estatal o congresista. Si no pueden votar, aún pueden abogar, informarse y ayudar a otros a tomar decisiones informadas.
5. Conéctense con su comunidad; asistan a eventos de organizaciones de base, consejos locales de derechos humanos o celebraciones patrocinadas por la ciudad en parques y centros cívicos.
6. Compartan lo que saben; cuenten a un vecino sobre el cuidado infantil gratuito a través de MAAC Head Start o la distribución de alimentos a través del Banco de Alimentos de San Diego o Feeding San Diego; visiten centros de salud comunitarios locales como TrueCare; visiten los programas de alfabetización de su biblioteca local. Infórmense sobre programas de asistencia con los servicios públicos a través de los programas de climatización Brother Benno’s y MAAC. El poder cívico crece cuando lo compartimos.