Por Beatriz Palmer

Como lo dijo Frederick Douglass: “Una vez que aprendes a leer, eres libre para siempre”. La alfabetización puede ser una meta difícil de alcanzar.
Cuando escuchamos la palabra alfabetización, la mayoría pensamos en leer y escribir. Si bien es parcialmente cierto, la alfabetización es mucho más que libros, bolígrafos y mecanografía. Se trata de tener acceso a recursos que erradican generaciones de pobreza. Se trata de dejar de depender de alguien para que te guíe en la vida. Se trata de ser capaz de distinguir una estafa de una oportunidad real, tomar decisiones informadas, navegar por el mundo digital con confianza y transmitir la huella de nuestra familia a la siguiente generación.
Hay señales tempranas de alfabetización en las pequeñas cosas cotidianas: un niño que reconoce el cartel de McDonald’s y sabe que significa que su comida favorita para niños está esperando, o un adulto que compara los precios de la gasolina para ahorrar 30 centavos por galón. Estos momentos son ejemplos de alfabetización funcional, las habilidades que ayudan a las personas a desenvolverse en la vida cotidiana.
Según el Centro Nacional de Estadísticas Educativas, “43 millones de adultos en Estados Unidos (aproximadamente 1 de cada 5) tienen dificultades con la alfabetización”, lo que afecta todo, desde completar solicitudes de empleo hasta leer la etiqueta de una receta médica. Recuerdo a mi madre corriendo para ayudar a mi abuela a revisar su correo para distinguir qué sobres eran facturas y cuáles eran basura.
La alfabetización no se trata solo de leer cuentos; es una vía directa hacia la movilidad económica y rompe ciclos de pobreza. La alfabetización impacta nuestra movilidad económica; puede marcar la diferencia en el salario de una persona, entre el salario mínimo y dos o tres veces más.
Si bien la alfabetización funcional es esencial, nuestras comunidades han sido durante mucho tiempo cuentacuentos profesionales. Nuestros antepasados pueden no haber tenido acceso a libros impresos, pero la alfabetización estaba profundamente arraigada en sus vidas. No había internet, ni mensajes de texto, ni telenovelas, y ciertamente tampoco ChatGPT. En cambio, los ancianos reunían a sus comunidades y transmitían la historia y la sabiduría a través de la narración oral. Ahora vemos el poder de la narración en el ámbito académico a través de marcos como pláticas, relatos y testimonios.

Las investigaciones demuestran que la narración de cuentos en los hogares latinoamericanos está muy extendida, independientemente de la clase social o la situación económica. La mayoría de las historias se comparten en la mesa o en la cocina mientras se preparan las comidas. Las familias transmiten anécdotas, cuentos populares, relatos de miedo, historias de resiliencia y crónicas históricas. Este tipo de narración ayuda a los niños a desarrollar vocabulario y habilidades de razonamiento verbal, sentando las bases para el éxito en el futuro, a la vez que reafirma su identidad cultural.
Programas como La Rosa de Guadalupe o las telenovelas más populares siguen generando conversaciones e inspirando a las familias a compartir sus propios testimonios. Muchos en nuestra comunidad se identifican con la música ranchera de Vicente Fernández, Juan Gabriel, Rocío Durcán, Armando Manzanero, Los Bukis y las numerosas bandas de salsa como Sonora Dinamita y Los Ángeles Azules. A nivel mundial, la UNESCO ha reconocido la narración oral como patrimonio cultural inmaterial, vital para la transmisión de conocimientos, habilidades e identidad de una generación a otra. Cuando enmarcamos las pláticas, los relatos y los testimonios como bienes culturales, honramos su poder junto con la alfabetización impresa, digital y financiera.
La alfabetización quizá no elimine todas las dificultades, pero rompe las cadenas de la dependencia, brindando a las personas el poder de crecer, desenvolverse en el mundo y reivindicar su propia historia. Para explorar la conexión entre la narración y la alfabetización, analizamos las experiencias de dos educadores y líderes comunitarios de primera generación: Julia Andrade de García, quien trabaja en una escuela pública local, y el Dr. Juan Carlos Reyna, educador, emprendedor y futuro autor de libros.
Julia Andrade de García: Historias que nacen en la cocina

Julia Andrade de García, quien trabaja como secretaria en una escuela pública, heredó su amor por la lectura de su madre, quien creció en un rancho donde la educación no era una prioridad. Recuerda que su madre le advertía que no dijera que era curandera, una sanadora que usa plantas naturales y ungüentos caseros, para que no pensaran que era una bruja. Esa idea me cruzó por la mente de niña; mi abuela también era curandera, siempre hacía posturas y remedios con plantas sagradas, y la comida también era medicina, como los calditos.
La madre de Julia también contó que una tía le llevó un libro que usó para aprender a leer, pero tuvo que esconderse en el establo. “La educación, en especial la lectura, era lo más importante para ella”.
Su madre insistía en que sus hijos tomaran prestados libros de la Biblioteca Pública de Oceanside. Antes de que supieran leer, les daba libros ilustrados sin texto y les pedía que le contaran las historias que imaginaban, en español. Una vez que aprendieron a leer, esperaba que siguieran leyendo en español, mientras que el inglés se les daba de forma natural en la escuela.
Las reuniones familiares estaban llenas de comida y conversación. Durante las vacaciones, su abuela molía nixtamal en un metate para hacer masa para tamales mientras contaban historias, muchas de ellas con la frase inicial: “Cuando vivíamos en el rancho…”.
Julia recuerda vívidamente haber leído su primer libro de capítulos sobre Helen Keller. “Se lo leía a mi mamá todos los días mientras ella preparaba la cena y hacía sus tareas de la noche. Recuerdo que decía que si una persona que no puede oír ni ver podía aprender a hacer todo lo que ella hacía, una persona sana y con capacidad física como yo podía y debía hacer lo mismo”.
A través de la narración, Julia abraza su identidad que viene de aquí y de allá. Espera transmitir “historias del corazón” a sus hijos y nietos: historias que les recuerden que deben valorar la tierra, cultivar las relaciones y priorizar las conexiones reales, cara a cara, por encima de las pantallas.
El Dr. Juan Carlos Reyna escribe su propia narrativa

El Dr. Juan Carlos Reyna creció con la vibrante narrativa de su madre, Ana Bertha Reyna, quien le contó sobre su familia y su vida en México antes de llegar a Estados Unidos. “Puede que haya crecido con dificultades económicas, pero crecí con una gran riqueza cultural gracias a estas historias y al amor familiar que recibí”, afirma.
El libro que moldeó su vida fue “Tatuajes en el Corazón”, del padre Gregory Boyle. Inspirado por sus narrativas, Juan Carlos comenzó a buscar autobiografías y ahora está escribiendo una para chicos de secundaria que enfrentan decisiones cruciales en sus vidas. Contar historias le dio seguridad y propósito.
Como agente inmobiliario, inversionista, profesor y consultor educativo, su misión es impulsar a otros a través de la educación y los bienes raíces, ayudando a las familias a lograr una movilidad social y económica ascendente. “No he dejado que las estadísticas definan mi futuro. He usado la narrativa para crear mi propia narrativa, una llena de amor, felicidad y éxito”.
Su sueño es transmitir historias que inspiren a las futuras generaciones a soñar con valentía y sin limitaciones.
La alfabetización moderna y su papel expandido
Hoy en día, saber leer ya no es suficiente; también es necesario tener alfabetización digital y financiera para navegar por la tecnología, buscar información precisa y protegerse en línea. Las personas con bajo nivel de alfabetización a menudo carecen de confianza al usar computadoras o teléfonos inteligentes, lo que limita su acceso a empleos, banca en línea y servicios de telesalud. Si no se lee bien, es más difícil presupuestar, evitar estafas o solicitar ayuda financiera, barreras que mantienen a las familias atrapadas en ciclos de pobreza.
Esta perspectiva refuerza el papel esencial de las bibliotecas públicas y los programas comunitarios. Las bibliotecas brindan acceso gratuito a libros, tutorías y tecnología: puertas a la oportunidad y la imaginación. La narración preserva nuestras raíces e identidad, mientras que la alfabetización abre puertas a las oportunidades.
La madre de Julia escondió un libro en un establo para aprender a leer sola. La madre de Juan Carlos le brindó un mundo de cultura a través de los cuentos. Mi propia familia descubrió la narración a través de telenovelas, cómics e incluso series estadounidenses como El Crucero del Amor, La Isla de la Fantasía, Golden Girls y Dallas. Una vez que una generación abre la puerta a la alfabetización, innumerables otras puertas siguen. La alfabetización es tanto una llave para la libertad como un puente hacia nuestro pasado, garantizando que nuestras voces nunca sean silenciadas.
El amor por la alfabetización es más poderoso que simplemente leer un libro, y contar historias es mucho más que revelar información o difundir buenas historias: se trata de recuperar nuestras historias, erradicar la pobreza y crear un futuro donde cada familia pueda escribir su propia narrativa de esperanza, resiliencia y éxito. ¿Qué historias transmitirás tú?
Si conoces a alguien que no sepa leer, ¡hay esperanza! Visita tu biblioteca pública local o consulta el programa INEA de Palomar College, que ofrece clases gratuitas de educación para adultos en español.