Hace cuatro años, Paula dormía en su coche en el estacionamiento seguro del Jewish Family Center (JFC). Hoy trabaja para JFC, ayudando a otras personas.
Su historia comienza con ocho intentos de salir de una relación abusiva. Paula, quien nos pidió que no usáramos su apellido, finalmente dejó a su abusador para proteger a su hijo de un mes.
“Algo en mí hizo clic”, dice Paula. “Me di cuenta de que no quería esta vida para mi hijo. Había armas de por medio. Me tomó mucho tiempo decir, basta. Ya no es mi vida. Es la vida de mi hijo”.
Paula dice que es difícil para los demás entender por qué las mujeres permanecen en relaciones abusivas durante tanto tiempo. “Es fácil para alguien decir, puedes irte”, nos dice. Pero “es ese miedo, esa vergüenza”.
Su abusador la alejó de su familia y amigos y prometió cambiar. “Te hablan con dulzura, se disculpan, es la fase de luna de miel”, dice. “Cambian, máximo, dos o tres semanas, es maravilloso, y luego, ¡bum!, vuelves a eso”.
Paula sentía que su abusador era la única persona en su vida. “Sientes que no tienes a nadie cerca, así que te aferras a esa única persona que conoces, crees que está ahí para ti”.
Paula tenía 27 años cuando lo dejó. “Alguien que intenta irse necesita tiempo”, dice. Tenía miedo, pero recurrió a su fe y se dijo a sí misma que era fuerte; aprovechó bastante terapia para hablar de sus sentimientos, así como de cupones de alimentos y otros servicios para levantarse.
Ella dice a las demás: “Llegará un momento en que se sentirán solas cuando dejen a su abusador”, pero hay esperanza. Lleva tres años en una relación sana.
“Si lo hice yo, sé que alguien más también lo hará. No importa cuántas veces lo intentes, siempre sigue intentándolo”, dice Paula. “Me tomó ocho intentos hasta que dije, basta. Así que hay esperanza. Hay una vida después de eso. Yo soy un ejemplo de ello”.