Por Beatriz Palmer
Según el Censo de Estados Unidos, hoy en día en Estados Unidos, casi 1 de cada 4 niños (17.6 millones) vive sin un padre biológico, padrastro o adoptivo en el hogar. La ausencia de una figura paterna es más que una pérdida personal: es un problema social con consecuencias profundas y duraderas.
Las investigaciones muestran que el 90% de los jóvenes sin hogar y que se han escapado de casa, el 85% de los jóvenes en prisión, el 71% de los que abandonan la high school y el 63% de los jóvenes que se suicidan provienen de hogares sin padre. Estas no son solo estadísticas: son los rostros de los niños en nuestras comunidades, los estudiantes en nuestras aulas, los clientes en nuestros albergues y los jóvenes en nuestras iglesias, que buscan estabilidad, identidad y amor.
¡Este es un llamado a la acción! Al hablar del trabajo que debemos hacer, también debemos reconocer a quienes se hacen presentes no solo por sí mismos, sino también por los demás.
La paternidad no se limita solo a la biología. Se define por la presencia, entre otros ingredientes clave; por las decisiones que tomamos; y por la disciplina acompañada de palabras de afirmación, cultura y alegría. A veces, esa presencia se manifiesta en la forma de un tata, un hermano mayor, un tío, un entrenador o un mentor de la iglesia. En este Día del Padre, quiero honrar esa sagrada presencia de todos ellos.

Crecí con una figura paterna, pero no siempre presente; luchó contra la adicción al alcohol y las drogas, y estas luchas a menudo se filtraron en nuestra vida familiar a través del trauma y la violencia doméstica. Pero también fue un hombre que creció con mucho dolor por la pobreza y un padre ausente.
Sin embargo, tenía una faceta buena, alguien que amaba a sus hijos como mejor sabía. Demostró su amor enseñándonos lo que sabía sobre la cultura y sobre ser mexicano, a través de la comida, la música, los bailes y las fiestas. Cantaba como Vicente Fernández, y cuando lanzaba su grito desgarrador: “¡Hay, ja, ja, jai!”, se convertía en Don Chente. Me enseñó a bailar cumbia, rock and roll y rancheras y a apreciar la música de Ramón Ayala y Los Tigres del Norte.
En las fiestas, veía bailar a él y a mi madre con tanta conexión que la gente se detenía a admirarlos. Por un instante, así era el amor. Real. Fuerte. Alegre, aunque solo fueran diez minutos. Era un mecánico talentoso. Sabía cómo desmontar un coche hasta el último tornillo y reconstruirlo. Trabajaba en la agricultura conduciendo un tractor, preparando las tierras que pronto serían cosechadas por las propias manos de mi madre. Antes de que falleciera de cáncer, hicimos las paces con sus defectos. He aprendido a darle espacio tanto a su luz como a su sombra.
Presenciar la ruptura de la paternidad me hizo decidir profundamente con quién construiría mi vida. Quería a alguien que transmitiera lo bueno de mi padre: el amor por la música, el cariño por su familia y un profundo aprecio por la comida. Pero, sobre todo, buscaba a alguien que estuviera presente y con los pies en la tierra. Mi esposo es todo eso y más.
Él tampoco creció con un padre presente. Aunque su padre aportaba económicamente, el apoyo emocional era muy escaso. Sin embargo, mi esposo se convirtió en un hombre que decidió sanar. Se rodeó de tíos, mentores de la iglesia y, más tarde, de la Infantería de Marina. A menudo dice: “No solo quiero atender las necesidades físicas, emocionales y espirituales de mis hijos; quiero estar plenamente presente, tanto que nunca se pregunten si los amé”.
Y eso es precisamente lo que es. No solo es un padre paciente y dedicado para nuestros tres hijos; es un abuelo alegre, divertido y cariñoso para nuestros nietos, cuyos “te quiero” son fuertes e inolvidables. Es una figura paterna para mis hermanos, sobrinos y sobrinas. Me recuerda que la mentoría no termina en la juventud—todos necesitamos modelos, guías y hermanos a lo largo del camino.

Adrean Askernease, padre de cuatro hijos y consejero académico en un colegio comunitario local, creció rodeado de amigos de hogares sin una figura paterna. Su respuesta no fue amargura, sino un compromiso. “No sabía quiénes eran los padres de la mayoría de mis amigos y familiares cuando crecí. Me comprometí a estar disponible emocional, física y espiritualmente para mis hijos”. Para Adrean, la paternidad no se trata de ego, sino de presencia. Se trata de estar presente incluso cuando es difícil. Describió cómo, al principio, pensó que sus hijos debían ser “duros” como él al crecer en un barrio marginal. Pero el nacimiento de su hijo mayor cambió esa perspectiva. “Como la mayoría de los niños, solo quieren estar en un entorno amoroso, practicar deportes, dedicarse al arte y ser niños, sin el estrés de la supervivencia. Así que dejé de criar desde el trauma y comencé a criar desde el amor”. Se rodea de otros hombres que lo ayudan a crecer. “Hago preguntas. Me mantengo cerca de los mayores. No hago esto solo”. ¿Y en cuanto al legado? “Se nos recuerda por dos cosas: nuestro nombre y lo que defendimos”.
Greg Snaer, padre de tres hijos adultos, activista de derechos humanos y respetado líder comunitario, compartió su legado iniciado generaciones atrás. Sus abuelos, moldeados por las leyes de Jim Crow, transmitían amor a través de la violencia y el control. Su propio padre era silencioso, pero no cruel. Entonces, un día, todo cambió. “La primera vez que mi padre me abrazó y me dijo que me amaba, me asusté. No supe qué hacer con eso. Pero cambió mi trayectoria como hombre”.
Ese momento de ternura le enseñó a Greg que la verdadera masculinidad deja espacio para la emoción. “La masculinidad no se trata de control, se trata de hacer el trabajo del amor. Los hombres de verdad cambian pañales, lavan platos y lideran con empatía”. Él ve la crianza como un liderazgo de servicio. “No somos autoridades sobre nuestros hijos. Son personas. Nuestro trabajo es guiarlos, darles herramientas para que lideren sus propias vidas”. ¿Y la mentoría? Es esencial. “Debemos ser padres para todos, jóvenes y mayores. Eso incluye a tu niño interior. Él también te necesita”.

Hace décadas, Greg ayudó a dirigir un rito de paso a la adultez para un chico de 15 años cuya familia necesitaba ayuda. Tambores, salvia, oración… improvisaron sobre la marcha. Pero se presentaron. Y eso, dice Greg, es lo que más importa.
Estas historias nos recuerdan que la paternidad no es perfecta, pero es poderosa. Es un acto de resistencia, una recuperación de la ternura, un bálsamo sanador en hogares y comunidades donde el dolor ha persistido demasiado tiempo. Y cuando los hombres se reúnen—en círculos religiosos, en escuelas, en programas como Padres en Acción de MAAC Head Start— modelan algo que nuestros hijos necesitan desesperadamente—pertenencia y aceptación incondicional. Programas como estos crean espacios seguros para que los hombres reflexionen, compartan historias, transmitan la alegría ancestral y reescriban la paternidad. Como dijo Adrean: “No tenemos que hacer esto solos”.
Ya seas padre de sangre, matrimonio, adopción o presencia, gracias. Nuestros hijos no solo necesitan cuidadores, sino también quienes les cuenten historias. Necesitan abrazos y las palabras “te quiero”. Necesitan a alguien que les grite desde el otro lado de la habitación: “¡Mijo/a, estoy orgulloso de ti!”. Así que hoy, encuentra espacio, tómatelo, haz espacio. Y si no tuviste una figura paterna, tal vez el camino a la sanación sea convertirte en uno, para alguien más.
Este Día del Padre, hagamos más que celebrar; honremos la sagrada responsabilidad de mostrar amor. Ya seas padre, mentor, tío, entrenador o anciano de la comunidad, tu rol importa.
Nuestros jóvenes no solo necesitan proveedores, sino también personas que los escuchen, les cuenten historias y les den alegría. Necesitan a alguien que les grite: “¡Mijo, estoy orgulloso de ti!” y susurre: “¡Te quiero!” cuando más importa. ¡Hazlo con fuerza y haz que valga la pena!
Cómo involucrarte, inspirar a otros y construir un legado:
- Acércate a alguien que haya sido una figura paterna, mentor o guía en tu vida. Un simple “Gracias. Te veo. Te amo” puede traer generaciones de sanación.
- Comparte una foto, una historia o un recuerdo usando #DíaDelPadreConCariño para honrar a los hombres que lideran con amor, fe, fortaleza serena u orgullo cultural.
- Di su nombre. Cuéntales a tus hijos, estudiantes o a tu comunidad sobre los hombres que te formaron y las lecciones que dejaron.
- Si no tuviste una figura paterna, considera convertirte en uno—para tus propios hijos, para los de alguien más o para tu propio niño interior.
- Únete a los Talleres de Crianza de la Dra. Beatriz Villarreal, que se ofrecen en inglés y español, y se basan en la cultura, la conexión y la resiliencia familiar.
- Crea un grupo de Padres en Acción en la escuela de tus hijos, en tu vecindario, en tu iglesia o incluso en tu sala. No necesitas un título, solo corazón.
- Conoce el Grupo de Padres de la Clínica Comunitaria Vista, un espacio para que los hombres reflexionen, crezcan y se apoyen mutuamente en comunidad.
- • Sé un mentor para alguien que lo necesite. La mentoría puede ser formal o informal; tú decides cómo.
- Escribe una Carta de Legado a tus hijos o a tu comunidad. ¿Por qué quieres ser recordado? ¿Qué sabiduría o amor quieres transmitir?
- Tómate el tiempo para nutrir tu propia sanación. Reeducarte a ti mismo también es una forma de paternidad y un poderoso acto de legado.